Los alumnos de hoy en día son prácticamente analfabetos desinteresados por dejar de serlo. Brillantes universitarios, defraudados por su profesorado al que defraudan, escriben con absoluto desprecio de la ortografía y la sintaxis (no todo lo corrigen las computadoras). Algo ha sucedido, supongo que también sociológicamente, para que los estudiantes, acaso desanimados por el desempleo, aprendan poco y mal. Las excepciones son, como siempre, a pesar de la legislación y de lo habitual. No deja de ser triste. Lo más triste».
“La Mala Educación”
Los alumnos a los que nos referimos sólo son niños de Primaria por decreto. Tienen 15 ó 16 años y estudian la Enseñanza Secundaria Obligatoria; su edad les capacita perfectamente para la comprensión y el manejo de abstractos, la expresión escrita y un razonable conocimiento de su acervo cultural que debería haberse ido adquiriendo en años precedentes.
No se han entontecido por misteriosa degeneración neuronal; son el producto lógico de la reforma, de una reforma nociva que requiere grandes medios contra sus grandes males.
Lo que la realidad nos va deparando es un progresivo desprestigio de la enseñanza pública, una absurda valoración de lo privado, una limitación cada vez mayor de las iniciativas en los centros públicos, un deterioro y
un desprestigio galopante de la imagen del profesor -peor cuanto más se baje en el escalafón- con el riesgo añadido de que en un día no muy lejano, aunque moralmente ya se está haciendo, nos apliquen la ley de vagos y maleantes.
Porque el problema de fondo no se encuentra en las lagunas innegables de la reforma, ni en la falta de medios para proceder a su aplicación, ni en la penuria de los salarios, ni en el cansancio de los profesores de más edad, aburridos ya por tanto cambio... Todo eso influye, por supuesto, y mucho. Pero la dificultad del asunto radica más hondo, afecta a la sociedad en su conjunto -de la que los adolescentes no son sino un espejo bastante fiel- y mucho más en concreto, a los padres de esos chicos.
No Reprobar.
Los profesores manifiestan claras reticencias a la promoción automática de los alumnos. Informes consideran preocupante el bajo rendimiento escolar de los alumnos a lo largo de la escolaridad obligatoria. En palabras de José Luis GARCÍA GARRIDO (director del INCE), con la prolongación de la enseñanza obligatoria ha aparecido un nuevo tipo de alumno: el 'objetor escolar', es decir, el alumno de 14, 15 ó 16 años que no tiene ningún interés por estudiar, pero que,
por imperativo legal, todavía debe seguir matriculado en un centro de enseñanza. Estos alumnos también suelen provocar problemas de indisciplina.
Se aprecia una aguda crisis provocada en los profesores-según el informe-sobre todo por las nuevas exigencias que la sociedad parece echar continuamente encima de los hombros de los profesores, al convertir determinados problemas sociales (droga, crisis de valores, delincuencia juvenil, etc.) en problemas educativos.
Un elevado porcentaje de profesores opina que
no han sido preparados para estas funciones y que tienen importantes carencias en aspectos pedagógicos claves, como la programación y evaluación de la enseñanza, el trato con adolescentes, la organización escolar, etc.
El conocimiento real que tienen las familias de los problemas educativos es escaso. Muchos de los padres encuestados, consideran la escolarización como un bien en sí mismo y por eso, según el informe, tienden a subestimar los resultados mediocres.
Falta implicación de los padres en la continuidad escolar (sólo participa el 14 %). En este contexto no pueden extrañar los rasgos de autocomplacencia o, si se prefiere, las deficiencias de realismo que, en torno al rendimiento escolar de sus hijos, reflejan los padres y madres.
Ni tampoco las frecuentes actitudes reivindicativas manifestadas en la defensa de padres e hijos frente a profesores, actitud que demuestra también, entre otras cosas,
el descenso del prestigio social del profesor. No se entiende que cuando las cifras de fracaso escolar rondan el 25 % y el 30 % a los 14 y a los 16 años, sólo el 35 % de los padres digan que sus hijos van sólo 'regular' y que únicamente el 6% de los padres admitan que sus hijos van mal. Difícilmente será posible luchar contra el fracaso escolar en una sociedad que, sencillamente, no admite su existencia, al menos en las proporciones reales.
Nuevo lenguaje
Términos y expresiones como secuenciación, actitudinal, priorización, temporalización, tutorial, tutorizar, tutorando/a (éste es monstruoso), diseño curricular, módulo formativo, transición a la vida activa, segmento de ocio o contenido transversal, que hoy dominan el panorama educativo,
no pertenecen a la lengua española, sino que, cuando no son inventadas, se trata de anglicismos reprobables.
Probablemente nos hallemos ante un metalenguaje acuñado para dominar
mediante el miedo a lo desconocido y para justificar disparates; una jerga que ha sido elevada a rango de ley,
convirtiendo a la reforma y a sus desarrollos en una de las peores experiencias legislativas de las que se tiene noticia por su deficiente y perversa técnica jurídica.
Respecto a su condición conculcadora del respeto que merece nuestra lengua, profanada por quienes pasan por cultos y pretenden tejer el entramado educativo del que depende la formación de generaciones enteras, me remito a las tempranas e inequívocas críticas que mereció la redacción de tan penoso texto legal.
Se usa profusamente de argumentos demagógicos de corte populista en el sentido de pretender integrar a todos en todo "sin distinción ni discriminación alguna". Ni que decir tiene que la forma de resolver los continuos brotes de indisciplina o el grave retraso general -entre otras desagradables situaciones derivadas del hecho de que
convivan en la misma aula adolescentes altamente motivados, con otros a los que sólo mantiene allí la obligación- esto no se contempla en los textos.
Repercusiones sociales
Siendo tan evidente el colosal fracaso de la reforma educativa, es fácil comprobar cómo, conforme se han ido haciendo manifiestos sus estragos, ciertos defensores que antes tenía -que los hubo y en gran número- van enmudeciendo y hasta tímidamente reculando. Tal no sucede, en cambio, con las voces institucionales de cualquier signo (partidos, sindicatos, gobierno, ejecutivos autónomos...), ya se sabe que por aquello del sostenella y no enmendalla delante de los electores o de evitar ponérselo en bandeja a los adversarios políticos.
Hoy, cuando se pregunta a los militantes pro-reforma sobre el por qué de la crasa ineficacia del modelo educativo que esta ley introdujo -y que ni siquiera ha servido para "maquillar" las abultadas cifras de fracaso escolar-, éstos responden como un resorte:
el error radica, según ellos, exclusivamente en quienes llevan a la práctica la reforma, ya sea la secretaria de educación , ya los docentes recalcitrantes, siempre remisos a
llevar hasta sus últimas consecuencias tan innovadoras genialidades pedagógicas.
La posible perversidad intrínseca de los postulados sobre los que se erige la reforma es algo que ni siquiera estiman digno de ser tomado en serio... Otros, sin embargo, haciendo gala de una rara ecuanimidad, se muestran realistas a la hora de admitir que algo falla en lo que se presentó como una especie de revolución de terciopelo en la dilatada trayectoria de la instrucción en nuestro país (los medios de comunicación más conspicuos llegaron a calificar en grandes titulares a la presente generación de jóvenes como la más preparada de la historia de México)
Algún día estas generaciones que hoy pueblan despreocupadas las aulas de las escuelas y luego desaparecen sin pena ni gloria para dejar el sitio a otras generaciones de despreocupados adolescentes, alzarán la voz y nos demandarán a todos responsabilidades por nuestra cooperación necesaria en su fracasada instrucción y en su nula preparación.
El adolescente de hoy, integrado en el sistema público, no es más que un autómata al que
hay que cuidarse mucho de hacer reflexionar. Es burdamente engañado durante todo su proceso educativo, promocionando sin esfuerzo y disipando su insustituible tiempo de aprendizaje entre asignaturas demagógicas.
Pero la reforma que alumbró la "administración progresista" ha traído consigo un efecto todavía más pernicioso y desconocido:
el fin de la movilidad social.
Se ha vuelto a abrir un abismo entre las clases. Los padres de posición desahogada, cuyos hijos siguen queriendo ser médicos, ingenieros, empresarios, arquitectos, abogados, excluyen ya totalmente de sus planteamientos la enseñanza pública y acuden como moscas a la privada, favoreciéndola extraordinariamente (quisiera que Vds. supieran cómo florecen aquí los selectos centros bilingües ingleses, los institutos alemanes, los liceos franceses).
Los jóvenes de familias modestas, en cambio, que albergan las mismas inquietudes se ven forzados, cual modernos siervos de la gleba, a permanecer en esa perenne
guardería, indisciplinada y carente de estímulos y contenidos, que es la escuela publica y que lleva camino a la Universidad pública.
Si yo hubiera nacido quince años después, no estaría aquí redactando estas líneas. Porque no podría. O al menos no decentemente, sino deslizando continuas impropiedades, faltas e incoherencias. Las consecuencias en mi vida social y en mi realización personal y profesional habrían sido con seguridad aún más graves.
Panorama actual
Las perspectivas para una mejora de la educación, no han variado: el panorama es pesimista. El Gobierno actual, que en un principio parecía estar dispuesto a dar algún golpecito de timón al desastroso rumbo que tomaba la reforma que había heredado, observa ahora una actitud enojosamente contemporizadora: Con todo, conviene no pasar por alto el hecho de que últimamente el Secretario de Educación, ha mostrado públicamente cierta disconformidad con el hecho de que los alumnos más motivados compartan aula con los que sólo aguantan en los centros por pura obligación.
Pero -oh paradoja- como inmediatamente apostillaba un agudo observador, la experiencia reciente enseña que cuanto más tiempo pasan nuestros escolares en el interior de los centros tanto menos saben al salir...